A lo largo de toda mi vida, siempre me sentí un ausente, y ahora más que nunca. Cuando digo “ausente” me refiero a que estoy presente, pero nunca he hecho nada importante, nunca dije nada interesante, y en casa prácticamente no se nota mi presencia. Aunque todo esto se intensificó hace un año.
Me llamo Matías Pérez, soy un muchacho de 15 años el cual toda su vida se ha sentido solo. Hoy en día suelo pasar la mayor parte de mi tiempo encerrado en mi habitación, matando el dia, mayormente soliendo recordar cuando lo tenía todo y no supe aprovecharlo. No tengo amigos ni nadie con quien hablar, aunque reconozco que no me interesa en lo más mínimo, pero muy de vez en cuando suelo echarlo de menos. Mi habitación suele ser mi templo,y por eso lo respeto mucho, siempre está ordenada, aunque mi madre de vez encuando hace una limpieza y reacomoda mis fotos, sobre todos las de la mesa de luz a un costado de mi cama. No me gusta tener fotos mías a la intemperie, pero creo que a ella le hace bien, y al mismo tiempo, me ayuda a recordar los viejos tiempos. En casa hay muchas fotos familiares, sobre todo en el living, y allí suelo quedarme parado ocasionalmente observándolas, recordando los viejos tiempos antes de que en casa todo cambiara.
No acostumbro a sonreír, ni hablar mucho, mi expresión es siempre la misma; una cara seria, como si algo me preocupara. Toda mi vida he evitado comunicarme con mi familia, aunque por momentos quisiera un abrazo, o decirles que los quiero, pero ¿Para qué? ¿Acaso algo va a pasar? Siempre evité eso, y ahora es de lo que más me arrepiento, pero ya lo tengo asimilado.
No salgo a la calle, no puedo, algo en mi lo rechaza. Como pasatiempo, suelo mirar por la ventana de mi habitación como las demás personas caminan, van y vienen, se cruzan y todo eso, lo que la mayoría de la gente hace. Esto tampoco llama poderosamente mi atención, aunque es algo inevitable de ver.
El clima en casa se tornó deprimente desde hace aproximadamente un año.
Desde ese entonces, los días son largos, interminables y monótonos. A las tardes suelo quedarme sentado viendo a mi madre como cocina, como repara alguna prenda, o como limpia la casa, habitación por habitación; primero la de mis padres, luego la de mi hermana, el living, y por último, la mía. Reconozco que me molesta un poco que se quede mirando mis cosas, pero así es ella, y no creo que cambie. Ella hace todo esto al sonido de una vieja radio en su volumen demasiado tenue. No habla mucho, tampoco dice una sola palabra, solo deja entre ver en su mirada un gesto de eterna tristeza con la cual hace evidente la forma en la cual se siente. Suele estar sola en casa casi todo el día, mi padre y mi hermana mayor trabajan prácticamente toda la tarde, solo regresan a la noche, a la hora de la cena. En la mesa, todos nos sentamos a compartir la cena, pero siempre en total silencio, el clima es muy deprimente, aunque ellos suelen hacer un comentario de vez en cuando, pero nada importante, y suele durar menos de un minuto.
Ocasionalmente suelo ser el tema central de las conversaciones, lo cual no puedo evitar mostrar mi descontento, no me gusta ser el centro de atención. La cena termina y mi madre levanta la mesa, cada uno va a hacer lo suyo, y así los días se repiten más y más.
No me gusta expresar lo que siento, y ese es mi problema, aunque hay una guerra interna muy grande a la cual me enfrento todos los días, es más, a veces pierdo las batallas cuando siento a mi madre, a mi padre o a mi hermana llorar en silencio en sus habitaciones. Eso me destroza, pero ya no hay nada que ellos, ni que yo podamos hacer. El día termina sin novedades, y así comienza otro, de la misma manera.
Los recuerdos que siempre quedan son los de las tardes, cuando el crepúsculo se puede observar por la ventana, muy anaranjado, dando el clima casero que a mí me gusta, provocando de vez en cuando cierta alegría en mi interior, es en las pocas veces en la cual me siento realmente vivo.
La relación con mi padre siempre fue casi nula, no recuerdo muchos momentos con él, solía pasar la mayor parte del tiempo trabajando, aunque algunos fines de semana íbamos a visitar familiares y pasar la tarde en familia. Hoy en día pasa los fines de semana escuchando radio, viendo televisión en silencio, o trabajando en el taller del fondo de casa. Yo suelo acompañarlo, aunque ya no me interesa como antes aprender a usar herramientas, solo voy para acompañarlo y evitar que se sienta tan solo.
Con mi hermana mayor casi nunca tuve relación, no solíamos compartir mucho tiempo, tampoco teníamos temas de conversación. Solo convivíamos en la misma casa. Hoy sus días se basan en estudiar a la mañana e ir a trabajar por la tarde, hace tiempo que sus amigos dejaron de venir a casa, tal vez sea eso lo que suele ponerla triste. La soledad nos invade a todos,sobre todo en casa, reina la depresión, la tristeza y el silencio. Algunas veces esto es reconfortante, pero la mayor parte del tiempo es terrible, deprimiría a cualquier persona.
Hoy en día llegué a la conclusión de que, hay que encontrar algo bueno de todo lo malo; podría decir que esto fue una importante lección para mí, siempre hay que escuchar a nuestra mente y evitar actuar sin pensar, cualquiera puede tomar una decisión estúpida. Y eso fue lo que me pasó, actué sin pensar. Lo único que creía era que todos mis problemas se solucionarían de alguna forma magica, pero no fue así, fue mucho peor de lo que me imaginaba. Nunca supe valorar lo tan afortunado que fui, pero fui lo suficientemente soberbio como para pensarlo. En casa el clima no siempre fue así; antes era todo bastante diferente, no éramos la familia ideal pero solíamos tener nuestros momentos de unidad. Ahora, todos los días me suelo arrepentir de haberme suicidado, todos los días desde hace un año, aunque ahora ya no sirve de nada. Estoy condenado a estar solo, pero no sufro por mí, sufro por el daño que mi muerte les causo a los demás, a mi familia. Por mi nadie debe preocuparse, ya no existo, ahora solo soy un ente, o tal vez un recuerdo que vive en ellos, o simplemente la nada. Pero alguna vez fui alguien que no supo valorar lo tan afortunado que fue.
Autor: J.G.
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Me llamo Matías Pérez, soy un muchacho de 15 años el cual toda su vida se ha sentido solo. Hoy en día suelo pasar la mayor parte de mi tiempo encerrado en mi habitación, matando el dia, mayormente soliendo recordar cuando lo tenía todo y no supe aprovecharlo. No tengo amigos ni nadie con quien hablar, aunque reconozco que no me interesa en lo más mínimo, pero muy de vez en cuando suelo echarlo de menos. Mi habitación suele ser mi templo,y por eso lo respeto mucho, siempre está ordenada, aunque mi madre de vez encuando hace una limpieza y reacomoda mis fotos, sobre todos las de la mesa de luz a un costado de mi cama. No me gusta tener fotos mías a la intemperie, pero creo que a ella le hace bien, y al mismo tiempo, me ayuda a recordar los viejos tiempos. En casa hay muchas fotos familiares, sobre todo en el living, y allí suelo quedarme parado ocasionalmente observándolas, recordando los viejos tiempos antes de que en casa todo cambiara.
No acostumbro a sonreír, ni hablar mucho, mi expresión es siempre la misma; una cara seria, como si algo me preocupara. Toda mi vida he evitado comunicarme con mi familia, aunque por momentos quisiera un abrazo, o decirles que los quiero, pero ¿Para qué? ¿Acaso algo va a pasar? Siempre evité eso, y ahora es de lo que más me arrepiento, pero ya lo tengo asimilado.
No salgo a la calle, no puedo, algo en mi lo rechaza. Como pasatiempo, suelo mirar por la ventana de mi habitación como las demás personas caminan, van y vienen, se cruzan y todo eso, lo que la mayoría de la gente hace. Esto tampoco llama poderosamente mi atención, aunque es algo inevitable de ver.
El clima en casa se tornó deprimente desde hace aproximadamente un año.
Desde ese entonces, los días son largos, interminables y monótonos. A las tardes suelo quedarme sentado viendo a mi madre como cocina, como repara alguna prenda, o como limpia la casa, habitación por habitación; primero la de mis padres, luego la de mi hermana, el living, y por último, la mía. Reconozco que me molesta un poco que se quede mirando mis cosas, pero así es ella, y no creo que cambie. Ella hace todo esto al sonido de una vieja radio en su volumen demasiado tenue. No habla mucho, tampoco dice una sola palabra, solo deja entre ver en su mirada un gesto de eterna tristeza con la cual hace evidente la forma en la cual se siente. Suele estar sola en casa casi todo el día, mi padre y mi hermana mayor trabajan prácticamente toda la tarde, solo regresan a la noche, a la hora de la cena. En la mesa, todos nos sentamos a compartir la cena, pero siempre en total silencio, el clima es muy deprimente, aunque ellos suelen hacer un comentario de vez en cuando, pero nada importante, y suele durar menos de un minuto.
Ocasionalmente suelo ser el tema central de las conversaciones, lo cual no puedo evitar mostrar mi descontento, no me gusta ser el centro de atención. La cena termina y mi madre levanta la mesa, cada uno va a hacer lo suyo, y así los días se repiten más y más.
No me gusta expresar lo que siento, y ese es mi problema, aunque hay una guerra interna muy grande a la cual me enfrento todos los días, es más, a veces pierdo las batallas cuando siento a mi madre, a mi padre o a mi hermana llorar en silencio en sus habitaciones. Eso me destroza, pero ya no hay nada que ellos, ni que yo podamos hacer. El día termina sin novedades, y así comienza otro, de la misma manera.
Los recuerdos que siempre quedan son los de las tardes, cuando el crepúsculo se puede observar por la ventana, muy anaranjado, dando el clima casero que a mí me gusta, provocando de vez en cuando cierta alegría en mi interior, es en las pocas veces en la cual me siento realmente vivo.
La relación con mi padre siempre fue casi nula, no recuerdo muchos momentos con él, solía pasar la mayor parte del tiempo trabajando, aunque algunos fines de semana íbamos a visitar familiares y pasar la tarde en familia. Hoy en día pasa los fines de semana escuchando radio, viendo televisión en silencio, o trabajando en el taller del fondo de casa. Yo suelo acompañarlo, aunque ya no me interesa como antes aprender a usar herramientas, solo voy para acompañarlo y evitar que se sienta tan solo.
Con mi hermana mayor casi nunca tuve relación, no solíamos compartir mucho tiempo, tampoco teníamos temas de conversación. Solo convivíamos en la misma casa. Hoy sus días se basan en estudiar a la mañana e ir a trabajar por la tarde, hace tiempo que sus amigos dejaron de venir a casa, tal vez sea eso lo que suele ponerla triste. La soledad nos invade a todos,sobre todo en casa, reina la depresión, la tristeza y el silencio. Algunas veces esto es reconfortante, pero la mayor parte del tiempo es terrible, deprimiría a cualquier persona.
Hoy en día llegué a la conclusión de que, hay que encontrar algo bueno de todo lo malo; podría decir que esto fue una importante lección para mí, siempre hay que escuchar a nuestra mente y evitar actuar sin pensar, cualquiera puede tomar una decisión estúpida. Y eso fue lo que me pasó, actué sin pensar. Lo único que creía era que todos mis problemas se solucionarían de alguna forma magica, pero no fue así, fue mucho peor de lo que me imaginaba. Nunca supe valorar lo tan afortunado que fui, pero fui lo suficientemente soberbio como para pensarlo. En casa el clima no siempre fue así; antes era todo bastante diferente, no éramos la familia ideal pero solíamos tener nuestros momentos de unidad. Ahora, todos los días me suelo arrepentir de haberme suicidado, todos los días desde hace un año, aunque ahora ya no sirve de nada. Estoy condenado a estar solo, pero no sufro por mí, sufro por el daño que mi muerte les causo a los demás, a mi familia. Por mi nadie debe preocuparse, ya no existo, ahora solo soy un ente, o tal vez un recuerdo que vive en ellos, o simplemente la nada. Pero alguna vez fui alguien que no supo valorar lo tan afortunado que fue.
Autor: J.G.
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